Las mujeres no son las únicas que sufren del mal de ‘hoy no querido, parece que me duele la cabeza’. Muchos hombres han tenido que recurrir a esta dichosa frase para evitar poner en evidencia su desinterés por los juegos de pareja. Si se nos pierden las llaves las buscamos. Si por casualidad nos dejamos el móvil en un bar, volvemos a la carrera por él. Si lo mismo ocurre con nuestras gafas, la cartera o el tabaco, somos los primeros en desandar lo andado y poner la casa patas abajo con tal de dar con nuestro objeto extraviado. Por qué entonces no hacemos igual con el deseo sexual.
El tener asumido a ‘sangre y fuego’ que un hombre está siempre a punto y dispuesto sólo ha conseguido crear una imagen del género masculino que lo hace parecer inmune ante una problemática tan común y tan racional. Nadie ni nada es absolutamente perfecto. No creemos héroes cuando lo que está sobre el tablero son personas de carne y hueso con sentimientos y emociones.
Existen diferentes motivos por los cuales el hombre puede sufrir una inhibición del apetito sexual y no están siempre relacionados con condiciones médicas tales como la diabetes, el colesterol o la presión arterial alta. Tampoco hay que echarle toda la culpa a ciertas disfunciones sexuales como los problemas de erección que aunque tienen mucho que ver no son la principal causa de esta inapetencia.
Un descenso de la testosterona, la principal hormona sexual masculina, o un aumento de la prolactina, pueden traer consigo la falta del deseo por iniciar un contacto amoroso. En muchos de estos casos el estrés ha dado lugar a una descompensación hormonal que ha originado, como de una reacción en cadena se tratase, un desajuste en el comportamiento amatorio habitual del hombre.
El estrés inducido por problemas económicos, sociales, dentro de la pareja, etc., es una verdadera arma de destrucción masiva en pleno siglo XXI. No sólo es causa de una falta de deseo sexual tanto en el hombre como en la mujer sino que además arrastra consigo otras barreras que impiden una actividad amatoria satisfactoria como la falta de sueño o el cansancio.
Por último señalar los pensamientos aprendidos como germen de esta inhibición y que ya hemos señalado anteriormente en este post. Unas expectativas demasiado altas pueden producir el efecto contrario al deseado, haciendo descender la líbido ante una situación que estimamos no poder afrontar. Creer que uno no es lo suficientemente bueno en la cama o que debería estar haciendo más, provoca un estrés involuntario que nos lleva a rechazar nuestros propios impulsos y a eliminar nuestras ganas de diversión.