La masturbación como tal ha tenido sus niveles de aceptación con más bajadas que subidas a lo largo de la historia. En la antiguedad era una costumbre sana y común donde practicarla no suponía un hecho contra nada ni contra nadie sino que además formaba parte de la vida mitología de algunos dioses, entre otros, los griegos. Sin embargo, en algún punto del camino alguien debió pensar que este ‘acto impuro’ debía ser censurado y así continuó su camino hasta llegar bien entrado el siglo XX, donde empezó a adquirir de nuevo entidad y dejó de utilizarse como un pecado mortal que podía dejarte ciego de tanto practicarlo.
El ejercicio del onanismo es un acto innato en el ser humano, tanto como puede ser respirar o comer cuando tenemos hambre, y que en muchos casos comienza a muy corta edad. Los niños, libres de vergüenzas y ajenos a la maldad, comienzan a experimentar con su cuerpo sin saber exactamente lo que están haciendo. Lo único que entienden es que mediante el roce o algún otro tipo de estímulo en sus órganos íntimos consiguen aflorar el placer sin preocuparse por pecados, vicios o estigmas sobre sus hombros. Y no nos referimos sólo a ellos, sino también a ellas, que no están exentas de esta exploración autoerótica.
En este sentido, la mujer juega un papel muy importante en la búsqueda de su propio placer. Tendemos a culpabilizar a los hombres por no saber entender cómo funciona el sexo opuesto cuando quienes no han sabido descubrir cómo funcionan son ellas mismas. ¿Por qué sino durante sesiones de terapia se les pide que utilicen un espejo para mirar su ‘flor’? La falta de educación sexual y de exploración provoca mujeres deficientes de su propio placer que en la mayoría de casos vienen marcadas por sus convicciones religiosas o por sus raíces culturales. Sea como fuere, se necesita de un aprendizaje a lo largo de toda nuestra vida que nos ayude primero a satisfacernos a modo personal e íntimo para después poder compartir en pareja lo que hayamos aprendido.
A colación de esta última afirmación debemos remarcar que la masturbación no es un acto que deba finalizar cuando estamos en una relación estable, sólida y duradera. Es un error muy común pensar que por tener a nuestro compañero o compañera de cama no debemos darnos el placer de ‘abastecernos’ en nuestra propia soledad. Cuando practicamos el ‘autoplacer’ no estamos engañando a nuestra pareja ni estamos ante un acto de deslealtad. En realidad lo que hacemos es establecer parcelas de conocimiento complementarias a los juegos en pareja que ayudan a crear un equilibrio que de otra manera podría desplomarse.
Compartir el onanismo puede ser, además, parte de nuestra rutina sexual en pareja. Hemos querido creer que la masturbación debía hacerse en solitario, por aquello del pudor y del amor en solitario, cuando lo que tenemos ante nosotros es una poderosa arma para alcanzar el orgasmo, sobre todo para las mujeres. Existen estadísticas que demuestran cómo la simple penetración no es suficiente para que ellas alcancen el clímax y sin embargo combinar ambas prácticas -penetración, estimulación manual del clítoris-, es un billete casi seguro a la cumbre de la respuesta sexual.
A todo esto hay que añadir que la masturbación no es sólo beneficiosa para nuestra salud sexual sino también para mantener nuestro organismo sano y saludable. Tener orgasmos regularmente es bueno para el corazón, mantiene al cuerpo en forma y reduce el riesgo de ciertas enfermedades como el cáncer de próstata. También podemos añadir su gran capacidad para reducir el estrés, la mejora del estado de ánimo y el poderoso servicio que aporta a los patrones del sueño. Ya sabes, si a partir de ahora alguien te insinúa que ‘tocarse’ no es sano, ya puedes echarte a reír y seguir con tu onanismo saludable (solo o en pareja).